Los caballos son algo inherente a nues­tra comparsa. Nos acompañan desde el inicio de la misma, pero no siempre han tenido la apariencia que hoy co­nocemos. Hubo un tiempo en que a los caballos se les engalanaba con vis­tosas gualdrapas. Éstas se componían de pesadas y elaboradas piezas de gran colorido, con profusión de espejuelos, madroñeras y colgaduras. Se alquila­ban de Castellote (Valencia). En Villena las recibía Jerónimo «El correche-ro», que las repartía a todo aquel que las hubiera solicitado para sus cabal­gaduras (en aquellos años, y dado el carácter marcadamente agrícola de Villena, no era raro tener caballería propia; en el caso de que no se tuviera, al menos se podía echar mano de la de un amigo o vecino que te la proporcionara.

Una vez acabados los desfiles, se recogían, y el mismo Jerónimo las facturaba para Ibi, que celebraba sus fiestas a continuación de las de Villena y donde también se tenía la costumbre de desfilar con ellas.

 

El contrabandista que cabalgaba en la montura, enjaeza­da de tal manera, casi siempre era acompañado por una hermo­sa mujer con vistoso traje de gitana, siendo una de las pocas posibilidades que tenía la mujer de participar en la fiesta. Nos cuentan que, con los cajones del tabaco, se confeccionaban los asientos para que la mujer pudiera montar de forma cómoda en las cabalgaduras.

A los caballos, en la actualidad, los conocemos realizando cabriolas y acompañando a los cabos de nues­tra comparsa. En el transcurso de los años hemos visto magníficos ejemplares que, jineteados por ex­cepcionales caballistas, nos han ale­grado los desfiles. Por nuestra com­parsa han pasado rejoneadores como Sebastián Sabater. A la grupa de los caballos hemos contemplado a estupendas caballistas, algunas de gran renom­bre en nuestra comparsa.

Otro importante refugio de la mujer en nuestra comparsa lo proporciona­ron los cabriolés, carruajes típicos y exclusivos de los Andaluces (tenemos datos que nos confirman la participa­ción de más de veinte en sus mejores momentos).

Da pena contemplar en la ac­tualidad la poca cantidad de éstos que participan en nuestros desfiles.

Nuestra comparsa sufrió un acoso permanente de la junta central que, con su empeño de limitárnoslos, nos iba reduciendo de año en año su número.

Más tarde, la participación de la mujer de forma activa en las fiestas ha dado la puntilla a esta forma de desfilar tan característica y que, sin duda, llenaba de colorido y matices la monotonía de los desfiles. La práctica desaparición de los ca­briolés (últimamente son tres o cuatro los que participan) ha empobrecido las fiestas de Villena, pues se han visto mermadas en variedad y colorido.

¿Las carrozas, en nuestra comparsa, han sufrido una gran transfor­mación con el paso del tiempo. En los primeros años, y hasta prác­ticamente la década de los 70, el reducido número de socios permi­tió que, con una sola carroza, hubiera más que suficiente para que nuestros niños pudiesen hacer sus desfiles en ella. Tenemos que recordar que muchos socios disponían de un cabriolé o cualquier otro carruaje que les permitía salir a toda la familia junta y, por tanto, no necesitaban de carroza para los niños.

 

Durante muchos años, y dado lo relativamente fácil que era hacerse con un traje de gitanilla, la carroza se nos llenaba hasta la bandera, dándose la circunstancia de que más de la mitad de los niños/as que en ella iban no eran hijos/as de ningún socio de nues­tra comparsa.

Cuando la comparsa fue creciendo y, por tanto, aumentó el número de los niños que precisaban de ella, hubo que cortar de raíz esta práctica: no era extraño que un contrabandista no pudiera co­locar a sus hijos por encontrarse con que ya no había sitio para ellos.

Las carrozas, que en un principio permitían la variedad (casi todos los años se confeccionaba una alegoría distinta), pasaron a ser una verdadera guardería, ya que primó más la consecución de las máximas plazas posibles sobre el elemento artístico. En estos mo­mentos, la comparsa dispone de dos plataformas en las que hay que dar cabida a casi cien de nuestros pequeños.

En cuanto al tema de los arreglos de las carrozas, tenemos que destacar que, a lo largo de los años, han sido varias las personas encargadas de su conser­vación. Así pues, en un principio de­bemos destacar que fue la familia de «El Cencerrero» la encargada de su mantenimiento; posteriormente, se encargaron de su decoración Pepe Menor Hernández y «El rojo Sensio»; años más tarde sería el carpintero Megías (socio de esta comparsa) quien daría los últimos retoques a fin de que las carrozas estuviesen a punto para las fiestas.

También debemos destacar que han sido varios los lugares donde se han alojado y acondicionado las carro­zas a lo largo de los años: si en un principio, en los años 50, las carrozas se guardaron en «las cochineras», posteriormente y durante algunos años se llevaban al taller de Malpica.

En los últimos años las carrozas se guardaban en las na­ves de Beneyto, y de los arreglos se encargaban los mismos di­rectivos: a una de ellas —propiedad de la comparsa—, ya que tenía su estructura definitiva, lo único que se le hacía era repo­ner los peldaños con desperfectos y repintar los desconchados. Sin embargo, había que montar la otra carroza, cuya plataforma no pertenecía a los Contrabandistas, sino a la sociedad «Canal de la huerta de Alicante», que nos la cedía cada fiesta gracias a la mediación de Bernardo Conca, quien ha sido durante muchos años, junto con Pepe, quienes han conducido los tractores que tiraban de ellas.

En la actualidad, las distintas directivas se están plan­teando la conveniencia de alquilar las carrozas y desprenderse de la que posee en propiedad, dado el alto coste de los alquileres de la cochera. En el año 1998 ya no se montó la segunda carro­za y se optó por alquilarla.